Hablar de restauración de las víctimas también es ofrecerles la posibilidad de obtener respuestas, donde solo hay sinrazón, para que puedan encajar de una vez por todas esas piezas de un puzzle imaginario donde no hay lugar para el autor.
Sin duda, entre las distintas posibilidades que ofrece la mediación, la que más me ha llamado siempre la atención es la Mediación Penal. Por lo difícil, complicado y liberador que puede llegar a ser el proceso, y por lo incomprensible que resulta para la historia de la humanidad en general, donde conceptos como guillotina, hoguera, inyección letal, cadena perpetua, corredor de la muerte o prisión permanente revisable no han resultado o resultan extraños.
La Mediación Penal se enmarca dentro de la llamada “Justicia Restaurativa”, que implica la búsqueda de fórmulas más adaptadas a las necesidades personales de las partes implicadas, a través de un espacio donde se verbalizan las emociones y se satisfacen las necesidades personales de la víctima, pero al mismo tiempo también del infractor.
Consiste en la participación voluntaria del encausado por un delito y de la víctima o perjudicado en un proceso en el que participa un mediador ajeno a ambos, basado en la comunicación y el dialogo.